Foto collage «Ventana sobre el cambio» por Cecilia G. Salinas

 

La semilla de la esperanza reside en el conocimiento antiguo. Quiero creer que se pueden encontrar soluciones sostenibles en el entendimiento de la era de las plantaciones.

 

De niña pasé largos veranos en la finca de mi abuela en el norte de Argentina. La finca quedaba en el fin del mundo; en medio de un paisaje de esteros y monte. En las décadas de 1980 y 1990, mi abuela no hablaba del cambio climático. Le preocupaban los cambios cíclicos del tiempo, la salud de los animales, del monte y del suelo. No hablaba de biodiversidad, de ecosistemas, de clima, de intestinos saludables, de operar de manera sostenible con el medio ambiente o de facilitar la biodiversidad. Más bien hablaba de cómo todo lo que vive, en guaraní «opamba’e oikovéva», tenía que ser atendido. Le preocupaba la coexistencia de plantas, animales, microbios, aire, viento y agua. Gracias a la profunda interconexión y la interacción única entre plantas, animales, clima, piedras, agua y humanos, la vida es posible. Todo en el planeta desempeña un rol. Ella observaba la naturaleza con paciencia antes de actuar. El entorno natural le enseñó a mi abuela que si manipulaba algo vería consecuencias positivas y negativas a largo plazo. Desafortunadamente, las consecuencias negativas se verían cuando menos lo esperase.

PLANTACIOCENO

El impacto negativo global que las actividades humanas han tenido sobre los ecosistemas terrestres se conoce antropoceno. El antropoceno se refiere a que la extinción de la diversidad biológica, la contaminación y la producción de basura cambia las condiciones químicas del planeta y la atmósfera de tal manera que la vida así como la conocemos se encuentra altamente amenazada. Sin embargo, no toda la actividad humana ha afectado y amenazado la vida en el planeta. Mi abuela modificó su entorno en Corrientes, pero las principales alteraciones del ambiento han sido en realidad causadas, entre otras, por la agricultura industrial a gran escala. Donna Haraway, filósofa y feminista estadounidense, sugiere que la era que denominamos antropoceno podría más bien llamarse plantacioceno.

El término plantacioceno captura el hecho de que el patrón de acción humano negativo proviene de una lógica especifica: el monocultivo y las plantaciones. Monocultivo significa que una única especie se cultiva en grandes áreas año tras año. Las plantaciones, por otra parte, son un sistema agrícola basado en monocultivos a gran escala. Esta forma de agricultura tiene sus orígenes en la época colonial. El monopolio a gran escala se hizo posible mediante el trabajo esclavo, la expansión del mercado de materias primas producidas en las colonias y una reestructuración de la clase trabajadora. Seres humanos fueron capturados en el continente africano y transportados a América del Sur, Central y del Norte, y obligados a trabajar como esclavos en, entre otros lugares, plantaciones de tabaco, azúcar, algodón y café. El monocultivo de estas plantas, así como de frutas en el Caribe en los siglos XVII y XVIII, provocó una revolución en la dieta y el estilo de vida en todo el mundo. Las materias primas producidas en las plantaciones se transportaban a Europa para su procesamiento y venta tanto en el mercado europeo como en las colonias. Las ganancias de las plantaciones dieron fuertes incentivos a las potencias coloniales, las que fueron utilizadas en el comercio y la producción y en la creación de más plantaciones. Las plantaciones fueron claves para la revolución industrial y el surgimiento del capitalismo global. Las plantaciones no desaparecieron con la descolonización de América Latina, África y Asia, sino que se expandieron y son hoy fundamentales en la agricultura industrial que forma parte importante de la economía mundial.

Y hay que tener en cuenta que pocos sectores del capitalismo global han estado igualmente sujetos al dominio de unas pocas grandes corporaciones como este sector.

Uno de los argumentos a favor las plantaciones es que el monocultivo a gran escala aumenta la productividad agrícola, mayor producción a mayor rentabilidad. Pero este argumento ignora por completo el hecho de que el manejo de las plantaciones implica un riesgo para el medio ambiente y para los seres humanos. Las plantaciones no solo consumen mucha agua, sino que también agotan el suelo y erradican la vida vegetal tan importante para el mantenimiento de las fuentes de agua subterráneas. En la agricultura basada en monocultivo, las semillas deben manipularse para producir frutos y granos más grandes, lo que hace que se vuelven estériles. Esto significa que se debe comprar nuevas semillas cada año junto con insecticidas y herbicidas especialmente adaptados a estas semillas, que a su vez pueden tener graves efectos nocivos para las personas de la zona donde se fumiga con ellos. Así las plantaciones han limitado y erradicado no solo la biodiversidad, sino que han limitado otras formas de interacción social entre humanos y entre humanos y plantas y animales. La lógica en torno a las plantaciones ha ayudado a naturalizar la idea de que nuestro entorno natural es un recurso que se puede explotar a través del monocultivo y condiciones de trabajo que, en ocasiones, pueden parecerse a la esclavitud.

Las plantaciones están ligadas a un alto grado de especialización y centralización de los métodos de trabajo. Junto con los remanentes, de la clasificación jerárquica colonial de raza, clase y género, lleva a limitar quiénes son los que pueden poseer medios de producción y tierras, así como quiénes trabajan en la agricultura industrial y bajo qué condiciones. El resultado la concentración de capital y el poder en pocas manos. Hay pocos otros sectores del capitalismo global que estén igualmente sujetos al dominio de unas pocas grandes corporaciones como lo están las plantaciones. La agricultura de plantación produce muerte para crear vida: microbios, insectos, animales pequeños, animales grandes, flora intestinal y enzimas digestivas mueren para que una planta o una especie de animal, es decir, los humanos, creen valor económico. Para mí, este exterminio masivo de la diversidad también nos ha limitado, privándonos de la oportunidad de imaginar otras formas de vivir juntos. Operamos analógicamente monocultivando pensamientos y la nuestra capacidad de imaginarnos el mundo, lo que la feminista y ambientalista india Vandana Shiva llama “monocultivos de la mente”. Cultivar una forma de pensar unilateral seguirá produciendo más de lo mismo y no podremos ver las alternativas necesarias para contrarrestar el cambio climático. Pero en realidad, no tenemos que buscar nuevos impulsos para pensar en soluciones sostenibles. Las conocemos bien. Permíteme volver a mi abuela.

De niña me aterrorizaban los escuerzos del estero, pero la abuela no quería que los matásemos. Se comían los mosquitos molestos y los jejenes. A su vez, eran alimento para las víboras. Sin ellos, las víboras se comerían el ganado.

La abuela se preocupada por mantener el equilibrio de su entorno y, por lo tanto, tenía que actuar con prudencia. Sabía que no se podía crear muerte innecesariamente. De esta manera, limitaba el uso de insecticidas y herbicidas, y los fertilizantes estaban fuera de discusión. Las langostas, como las cotorras, podían ser una plaga y una molestia, pero tenían un papel que desempeñar en el todo del que ella formaba parte. Mi abuela confiaba en su entorno natural y, por lo tanto, dejaba que los procesos ocurrieran libremente. De niña me aterrorizaban las escuerzos del esteró pero ella no quería que los matásemos. Se comían los mosquitos molestos y los jejenes. A su vez, eran alimento para las víboras. Sin ellos, las víboras se comerían el ganado. La abuela plantaba diferentes plantas en un área que primero había sido corral. El estiércol y la orina del ganado alimentaron los microbios del suelo. Sin los microbios, el suelo se habría muerto. Lo mismo habría ocurrido sin las malas hierbas y las plantas silvestres. Además de dar vida al suelo era importantes para nuestra existencia.

LA REALIZACIÓN DEL ANTIGUO CONOCIMIENTO

La abuela usaba los yuyos para alimentar a los chanchos o la familia, como la verdolaga u otras plantas como la malva, la ortiga o el llantén de los que hacía medicinas. Los herbicidas habrían matado estas plantas silvestres, exóticas y no exóticas, que se utilizaban para alimentos, medicinas y materiales para herramientas y para construir la casa. El techo de la casa era de pasto, las paredes de la cocina eran de paja y tacuara, y todas las sogas que usaban en la finca las hacía ella misma con hilos de hoja de palmera. La abuela tenía un ganado vacuno numeroso, de hasta 100 cabezas. Además, la abuela tenía algunos caballos, patos, gallinas, gallos, cerdos y varios perros. Alrededor de la chacra también había muchos animales salvajes, monos, aves, roedores, venados, peces, yakares, serpientes, armadillos, osos hormigueros, abejas, abejorros, mariposas, libélulas y escarabajos y todo tipo de otros insectos.

La finca respiraba. También la tierra. Y con la tierra también respiramos, y nuestros cuerpos se llenaban de microbios que nos mantenían sanos. La abuela mostraba lo que la investigación ha demostrado: que la interacción simbiótica entre hongos, microbios, raíces de plantas y otros microorganismos es clave para mantener la vida y la diversidad de especies tal como la conocemos. Su existencia y actividades regulan la humedad y la temperatura en el suelo y nutren el suelo para que las plantas puedan vivir y proporcionarnos alimento.

El monocultivo y las plantaciones existían en mi niñez, pero eran solo dos de las muchas relaciones entre humanos y plantas y animales. Hoy, esta forma es predominante en Corrientes. Grandes empresas y grandes propietarios fueron comprando campo en la zona, y los campos fueron transformados gradualmente en monocultivos a gran escala de eucaliptos y pinos. Algunos llaman desiertos verdes a la zona con plantaciones de árboles. Significa que el medio de vida es limitado: hay menos insectos, menos hongos y una vida animal y vegetal más pobre. Los árboles genéticamente modificados crecen rápido y requieren tanta agua que secan las napas subterráneas.

El paisaje de mi infancia ha desaparecido. El plantacioceno continúa con creciente producción global de materias primas en plantaciones que ocupan grandes áreas en el norte de Argentina, Indonesia o la República Democrática del Congo, por lo que creo que es en las pequeñas chacras locales donde debemos buscar soluciones sostenibles. Podemos cultivar nuevamente estas alternativas de la misma manera en que mi abuela cultivó sus semillas, con respecto a la compleja interacción y entrelazamiento de miles de organismos que intercambian nutrientes y energía mutuamente, incluso con nosotros los seres humanos. Es esta interacción la que hace que las semillas germinen.

Mi abuela me enseñó que la semilla de la supervivencia y el cambio radica en la realización de una biodiversidad donde el amor y el cuidado mutuo y por otras especies se pueden cultivar en pequeña escala. Este es un conocimiento antiguo. Espero que la nuestra búsqueda de nuevos futuros comience por acá.

 

Este texto es una versión en castellano del original en noruego publicada en Klimaaksjon y traducida por la autora.

Referencia

Haraway, Donna. «Anthropocene, capitalocene, plantationocene, chthulucene: Making kin.» Environmental humanities 6.1 (2015): 159-165.